miércoles, 2 de enero de 2008

Los dominico-haitianos y los profetas del desastre

Una decisión acertada de la minoría dominico-haitiana, al disponer la vía política, pacífica, ciudadana, para buscar su mejoría
José Carlos Nazario

Como era de esperarse, los ciudadanos dominicanos de ascendencia haitiana han decidido organizarse políticamente para velar por los derechos de sus iguales en nuestro país. El grupo minoritario maltratado, pisoteado y degradado a la indignidad durante años por su origen étnico, en plena violación de sus derechos fundamentales, ha logrado un acuerdo aparente para movilizar sus componentes en el territorio nacional.

Debido a la falta de acogida en los partidos del sistema, han tenido que hacerlo desde un nuevo movimiento político. El anuncio reciente de dicha decisión no debe asombrar a nadie, pero el debate y los sucesivos embates no se harán esperar.

Contrario a lo que establecen los profetas del desastre sobre el supuesto peligro del establecimiento de dicho grupo social como una minoría con derechos reconocidos, la decisión de los dominico-haitianos de hacerse contar puede significar un gran paso para la democracia dominicana.


Lo que para muchos dominicanos, ungidos por la tradicional antipatía ante todo lo que huela a Haití, puede ser un suceso desagradable, constituye, sin lugar a dudas, un empujón importante hacia la consolidación democrática en nuestro país. En los Estados Unidos los latinos y los afroamericanos son un elemento político de importancia tácita y singular que incide directa e indirectamente en las decisiones del Estado.

Para quienes envenenados por el odio de los representantes tradicionales del poder económico, que basándose en imposturas racistas y falsas han desviado históricamente la atención pública de los principales problemas del país, la influencia de ciertos sectores constituye un peligro. Sin embargo, el verdadero peligro, y estos miopes discrecionales no lo quieren reconocer, reside en la negación de los derechos que por su condición de dominicanos le pertenecen.


La historia de esta situación es larga y tiene antecedentes conocidos por todos. Empezando por el divorcio histórico de dos naciones obligadas a la comunión conyugal, en una invasión militar de un dictador que sometía a ambas partes de la isla, pasando por el interesado instrumento ideológico de los déspotas más nefastos, que sembraron un repudio cultural y absurdo a la hermana república y sus costumbres y componentes, hasta llegar a la camada de neo-trujillistas, intolerantes, reaccionarios, que amparados en el nacional-progresismo, una doctrina fácilmente comparable al nazismo alemán, arrullan a los cuatro vientos con sus predicas magistrales profetizando el ocaso de la nación dominicana.


Les sabe a lodo el anuncio que hiciera un dirigente dominico-haitiano, tan nacional como los descendientes de italianos, árabes o españoles, que componen la clase que les empujan y promueven. Les molesta, porque se saben perdidos en su causa injusta, porque apelan al desconocimiento de una razón social de peso que exige la atención de todo dominicano conciente: La composición étnica de muchas comunidades importantes en nuestro país es, en un gran número de origen haitiano.

Su cultura es parte de la dominicaneidad, su realidad diaria aporta a nuestra economía, su relación con el dominicano promedio es amistosa, su trabajo dignifica el suelo dominicano como el de cualquier otro y lo más importante, su presencia en el territorio dominicano es fruto de un postulado económico ineludible: la ley de la oferta y la demanda.


Para quienes arguyen en diversos espacios nacionales e internacionales cuestionando la condición de los dominicanos de ascendencia haitiana, surge una calamidad. Esos que advierten sobre el riesgo de la creación de una minoría que, irónicamente, existe hace mucho tiempo, tendrán que entender que es más recomendable reconocer los derechos que les atañen a los dominico-haitianos, por la vía pacífica, antes que sea tarde.

Con el surgimiento de esta organización política se constituye una vía ciudadana para la concreción de esa necesidad social. Para los dominicanos, reconocidos constitucionalmente como tales y que conviven en nuestro territorio, con deberes que impone el devenir social local, nace un vehículo para la consecución de derechos que le corresponden.

Una decisión acertada de la minoría dominico-haitiana, al disponer la vía política, pacífica, ciudadana, para buscar su mejoría, demostrando así que los profetas del desastre son un desastre como profeta.

publicado en Clave Digital